El Neuquén de ayer y de hoy, pueden tender puentes a través de la memoria y de relatos vívidos en los que se entrecruzan personajes de la historia y la ficción. Hay testimonios que logran tender esos puentes, y que en los relatos de sus vivencian emocionan con detalles de una trama parecida a la más apasionante película y al mismo tiempo permiten reconstruir ese Neuquén de antaño.
Don Roberto Cárdenas Nahuel es uno de los pocos gauchos que que queda de aquellos tiempos. Nacido en Planicie Banderita un el 12 de enero de 1928, vive actualmente en Centenario y cumplió 93 años. Su memoria sigue intacta y gracias a ella, las calles de Neuquén se pueblan de arreos e historias de troperos que el progreso modifico dejándolas permanecer sólo en el recuerdo.
Testigo del paso del fugitivo de la ley, Juan Bautista Bairoletto por nuestra región, aporta una mirada distinta de aquel bandolero (como lo
apodaban las crónicas periodísticas de entonces) fruto de su encuentro
con él cuando era apenas un niño y también de sus memorias de hombre de campo y de a caballo.
“Yo era tropero antes, era muy jovencito y arreábamos hacienda, novillos que venían de la provincia de Buenos Aires. En aquellos tiempos, allá por 1945, el desembarcadero de los novillos estaba en la calle Mitre, en la esquina de Olascoaga, ahí había un tipo hotel o bar que se llamaba “Celata”. Nosotros atábamos los caballos ahí y descargábamos los animales que venían en el tren carguero y encerrábamos los nuestros porque también venían animales que iban a otros lugares”, contó Cárdenas a LM Neuquén.
Sí, no era raro que se confundieran y una jaula de animales con destino a Cipolletti terminara acá en Neuquén, esas cosas también pasaban. Alguna vez la carga se nos iba para Cinco Saltos y teníamos que ir a buscarlos allá cruzando por el Río Neuquén, sabe lo que era eso, nosotros nadando con los caballos en el río, que en esos años la parte más baja tenía cuatro metros y teníamos que “hacer punta” con los caballos para los novillos nos siguieran en el agua”
- ¿A qué otras ciudades del Valle llevaban hacienda y cada cuánto?
Las descargas de hacienda las hacíamos cada veinte días, más o menos que era el tiempo en que llegaban y nosotros éramos los encargados de repartirlas después a los carniceros de Centenario, de Barda del Medio, algunas veces íbamos para Plottier y alguna vez también nos tocó entregarle novillos a Pascual Rosa.
Éramos troperos no más, seis gauchos, todos pibes jóvenes, arreábamos novillos bravos, eran animales que “nunca conocieron mucha gente” como decíamos nosotros. Cruzar la barda de Neuquén a Centenario era peligroso, se trataba como le digo, de animales ariscos. Los animales de la provincia de Buenos Aires no eran como los que teníamos nosotros acá que eran mucho más mansos, esos novillos eran muy soberbios y había que dominarlos, en donde se disparaban esos animales de 300 o 400 kilos ¿Cómo se podían enlazar cuando escapaban?.
- ¿Cómo se las arreglaban por entonces con esas dificultades?Teníamos que lidiar con muchas cosas, el tiempo malo nos jugaba en contra porque teníamos que cumplir con un compromiso con los patrones y con los carniceros, éramos arrieros y teníamos que cuidar que no se nos vaya a escapar un novillo porque si no, nos lo descontaban de la paga a nosotros. Se lasarreglaban como podían. Todas las sogas que usábamos, las hacíamos nosotros mismos, empezando por el cabestro, las maneas del caballo, las riendas, la cabezada, las cincha, las encimeras, los correones, todo. Hoy mismo hacen todo eso los campesinos, aunque ahora quedamos pocos, pero sabemos arreglarnos y hacernos nuestras propias cosas. Con el cuidado del ganado igual, en ese entonces no había veterinarios, teníamos que cortarle las puntas de las astas a los novillos para que no se lastimaran y si se llegaban a lastimar los teníamos que costurar con alguna aguja de costurero o una lezna y ponerles fluido o sal para que no se les “embicharan” las heridas.
- ¿También existían otros métodos entonces para curar a los animales?
A nosotros nos enseñó a curar de palabra un hombre que anduvo por acá que les decían, “El Pampeano” y era nada más y nada menos que Juan Bautista Bairoletto.
- ¿Cómo fue conocer a Bairoletto?
En la zona de Mari Menuco hacia Barda del Medio, había un arenal, conocido como “El arenal de los Lara”, un guadal de 5 kilómetros, muy pesado para pasarlo y en el que los animales se agotaban. Un día nosotros veníamos con un carro muy pesado de más de 1500 kilos cargados con lana y cuero, tirado por seis bueyes y esa vuelta se nos enfermó un buey. "El Florito” le llamábamos porque era medio rosado, venía mal y tuvimos que parar porque no daba más, babeaba de tan agotado que estaba y “revoleaba” los ojos. En eso apareció un gaucho, sólo y de a caballo, nos saludó y nos preguntó que nos pasaba y si necesitábamos ayuda, se apeó y nos dijo que desunciéramos al buey de las coyuntas. Se le puso en frente al animal, le tocó las astas, lo persignó y nos dijo que lo dejáramos descansar unos quince minutos asegurándonos que después iba a andar bien. Nosotros le agradecimos porque efectivamente nos curó el animal y después nos enteramos de que era Juan Bautista Bairoletto.
- ¿Qué edad tenían ustedes?
Éramos muy chicos, yo debo haber tenido seis por entonces, lo supimos después porque volvimos a encontrarlo cuando estábamos cuidando unas cabras con mi tío. Bairoletto apareció con su caballo, tenía un alazán hermoso, quería cruzar el río y le preguntó a mi tío por dónde se podía. Mi tío le dijo que no había paso porque el río venía crecido, salvo que lo quiera cruzar a nado y Bairoletto le dijo que lo tenía que cruzar urgente. Mi tío, entonces, le ofreció cruzar en una balsita que tenía por ahí escondida en unos pajonales, una balsa hecha por él. Bairoletto aceptó y ató el cabestro del caballo a la punta de la balsa y nos largamos. La salida era difícil porque del otro lado había una barranca de como tres metros de altura, mi tío, buen remador le prometió que era posible.
Nos subimos los tres a la balsa, junto al recado de Bairoletto y unas cosas que mi tío puso entre unas bolsas de arpillera. Bairoletto me dijo: “Usted siéntese acá, me va a llevar esto (refiriéndose al contenido de los bultos) pero tenga cuidado que no se le vaya a caer al río". Yo me senté en el recado y abracé la bolsa, que en cuanto la empecé a tantear y sentí algo metálico que di cuenta de que se trataba del Winchester 44 de Bairoletto, mi abuelo tenía uno igual. Lo traía desarmado dentro del bolsón, después lo armaba y lo usaba atravesado en el recado.
- ¿Volvieron a ver a Bairoletto otra vez?
A partir de eso, el puesto que teníamos nosotros en el campo, era el “hotel preferido” para Bairoletto cuando andaba por acá. Siempre lo hacía acompañado por tres o cuatro compañeros más pero al llegar a la nuestra casa los hacía dispersarse e irse para otro lugar y el venía sólo a nuestro puesto. Los primeros caramelos que comimos los pibes que andábamos por ahí, fueron gracias a Bairoletto. Por eso estábamos siempre protegidos de los cuatreros de la zona porque sabían que Bairoletto solía venir cada tanto.
- ¿Cómo lo recuerda usted a Bairoletto?
Cuando les pedía a los vecinos algún alimento carne o yerba y les quería pagar, ellos nunca le aceptaban el dinero a cambio, porque los ayudaba y los protegía. Siempre andaba trayendo plata en un tirador que tenía, pero nunca quería que le regalaran nada. Cuando se hacía amigo de alguna familia ya les solía traer regalos que generalmente les compraba a los vendedores ambulantes del campo, nosotros les decíamos “mercachifles”. Había uno en especial que era el Turco Pedro Moisés que venía en una carreta llena de cosas desde Gral. Roca.
- ¿Me imagino que alguna vez habrá escuchado esa misma historia en el Radioteatro de Edelman?
Alguna vez le conté a Jorge Edelman que lo conocí a Bairoletto cuando yo era chico. Cuando venía a hacer sus radioteatros al Teatro San Martín nosotros no pagábamos la entrada porque éramos uno de los tantos que lo ayudábamos a armar su espectáculo, cargando y descargando los elementos que usaban los actores.
- Y como si todo eso fuera poco tenemos entendido que fue el primer entrevistado de LU5 el día de su inauguración.
Sí, veníamos arriando más de noventa novillos por la Avenida Argentina. Era el 10 de abril de 1945 y había unas chatas de esas tiradas a caballo atadas por ahí. De entre un grupo de personas salió un señor con un aparato en la mano, que después me di cuenta de que era un micrófono, y me llamó: “Vení, vení Muchacho”. Me pare entonces con mi caballo y él se acercó y me dijo que estaban inaugurando una radio y que me querían entrevistar. Imagínese, nosotros que sabíamos de radio si éramos unos paisanos del campo, después nos enteramos que se trataba del Sr. Eduardo Alizeri. Que me dijo: - vos desde hoy, sos el padrino de Radio LU5. Desde ese día llevo la radio conmigo porque tengo una radio chiquita que vengo cargando siempre conmigo y en la que escucho todo el día LU5. Llegué a conocer a todos los que trabajan en la radio”
Entrevistar a Roberto Cárdenas Nahuel es volver a hilar historias y descubrir que se multiplican en muchas otras vivencias que a medida que recuerda comparte amable y cariñosamente. Historias que tienen el ritmo y el candor de un fogón y de un abuelo gaucho más que de las grises páginas de cualquier libro.
Juan Bautista Bairoletto (1894-1941) fue un popular “bandido rural”, uno de esos tantos gauchos perseguidos por la ley pero reverenciados por la gente humilde como la figura de un “Robin Hood local” que robaba a los poderosos y protegía a los débiles. Sus aventuras fueron llevadas al radioteatro por Jorge Edelman, estrella radial de la radiofonía neuquina.
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Fuente L.M.N.